The Great Escape fue mi vuelta al óleo por la puerta grande. El amor intenso por el bosque que desarrollé cuando viví en Seira me empujó a pintar ese mundo en el que el tiempo de los humanos se detiene, y el ritmo es otro distinto. El empuje principal fue hedonista -quiero pintar aquello que me guste, aquello que pueda mirar todos los días-, dejando atrás la inercia de aplicar una moraleja o una pregunta de denuncia social. Hasta el momento había pintado retratos, figuras humanas, pero el desgaste emocional era grande.